sábado, 5 de julio de 2008

Fundamentos fisiológicos de la limpieza intestinal

El intestino grueso tiene la función de contener los desechos alimenticios hasta su evacuación, reteniendo el agua y concentrando las heces. Es el último órgano recorrido por la materia orgánica en el proceso de absorción de nutrientes.
Desde la ingestión hasta la evacuación, se calcula que en el tracto digestivo los alimentos han de estar menos de 18 horas, y que la cantidad de deposiciones debe ser de una a tres regularmente cada día.
Sin embargo con nuestra vida sedentaria y consumiendo alimentos extremadamente refinados y carentes de fibra celulósica (harinas, aceites y azúcares) se enlentece el tránsito del quilo(alimentos desdoblados por la digestión) y sus demoras en el intestino grueso producen un exceso de fermentación (de hidratos de carbono) y putrefacción de los restos alimenticios (carnes), generando inflamación y congestión de la mucosa intestinal, gases, producción de toxinas e intoxicación del organismo. La irritación se ve favorecida con el abuso de picantes como la pimienta y estimulantes como el café.
A veces también nuestros intestinos se vuelven perezosos por el hábito de reprimir las ganas de ir al baño y de retener los gases, por el abuso de laxantes y por falta de ejercicio físico abdominal y con las piernas.
El flujo de materia alimenticia por nuestro largo conducto digestivo debería ser limpio y placentero hasta la evacuación.
Pero el primer atentado sucede justamente en las proximidades de la afelpada y rosada mucosa intestinal.
Las sustancias alimenticias más complejas que no han sido digeridas por los jugos y enzimas digestivas propias de nuestro organismo son desdobladas en elementos más simples por unos diminutos colaboradores: las bacterias de la flora intestinal.
Ellas necesitan para vivir un ambiente adecuado en acidez, cuando éste se altera (más ácido) por los alimentos que comemos, sus mezclas, los aditivos químicos, y por estados psicosomáticos, la flora benigna muere y es gradualmente reemplazada por las bacterias de la putrefacción que generan tóxicos, infecciones, e irritaciones en la suave mucosa intestinal.
Con las congestiones e irritaciones, nuestro tubo intestinal aumenta de tono en algunos tramos y se distiende en otros, deformándose, alterando su pared y formando bolsones y divertículos (bolsitas donde la materia fecal queda retenida y produce severas inflamaciones por putrefacción), que se llenan de adherencias de materia descompuesta vieja que se endurece y es fuente recurrente de infecciones.
El estado del interior del tubo digestivo perturba el metabolismo de todo el organismo. Las toxinas que atraviesan la mucosa se vuelcan al torrente sanguíneo y exigen al hígado y al sistema linfático un mayor trabajo de neutralización.
El intestino está inervado por el sistema nervioso autónomo y su musculatura es lisa, por lo que el control de su peristaltismo (movimiento rítmico de contracción anular que se extiende a lo largo del tubo digestivo) escapa a nuestra voluntad. Con ella sólo controlamos la tensión del esfinter anal, el punto final del conducto de evacuación.
Por lo tanto, al retener las ganas de ir al baño por conductas impuestas en la escuela o el trabajo, se fuerza la parálisis de los músculos colónicos, la retención los deforma, y cometemos un atentado grave a la salud intestinal.

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